Nunca había tenido tan pocas ganas de que comenzase un año nuevo, y es que vaya año me espera… Un año de incertidumbre, decisiones médicas, pruebas, visitas, nervios, resultados….
Recuerdo como era empezar un año nuevo antes de la enfermedad. En enero ya estaba pensando en semana santa, y después en el verano. Mi dedo iba dando saltos mirando el calendario para ver cuales serían las próximas vacaciones. Ahora mi vida gira entorno a los hospitales. Cuando miro el calendario solo veo cuando será la próxima visita o prueba. Vivo suspirando por cada buena noticia y sufriendo por cada mala y sin poder hacer planes a largo plazo porque no se ni como ni donde voy a estar… Vivo al día agradecida de lo bien que me encuentro hoy y rezando para encontrarme igual mañana.
En diciembre me repitieron la espirometria, para ver que tal había evolucionado la capacidad pulmonar. Siempre entro temblorosa a esta prueba, ya que es la mas importante y la que va a decidir si tengo que hacerme un auto transplante de médula. Intento que la enfermera de turno empatice conmigo, así con un poco de suerte, pueda decirme que tal a salido la prueba y si he mejorado. En estas ocasión, la enfermera fue muy humana y tuvo piedad de mí. Le conté que necesitaba llegar a un 80% de capacidad pulmonar, si no, mi médico me iba a proponer el transplante.
Ella giro su rostro hacia la pantalla para ver los resultados y un silencio incomodo dejó sorda la habitación. La vi torcer el rostro y agachar la mirada. Se dirigió a mí con el gesto torcido y me dijo: “Que pases buenas fiestas…” Me dejó helada. No dijo nada y lo dijo todo….sabía que no había llegado, pero lo que mas me torturaba era no saber si había empeorado.
Salí del hospital pensativa y muy enfadada conmigo misma. A pesar de todo, algo en mí creía que al final todo iba a salir bien y no sería para tanto, pero…¿No lo había conseguido? De camino a casa me puse los cascos y busqué consuelo en Marilyn Manson que me da buenos consejos mientras le escucho a toda pastilla. Le conté que había fallado, que había fracasado. Que creía que todo esto era una pesadilla que tendría buen final, pero la luz en el túnel se iba alejando cada vez más. De repente la música paró y Marilyn dejó de cantar. Me estaba mirando fijamente…
“Insensata…te están dando una oportunidad que otras personas no
tienen, tienes la oportunidad de vivir, de volver a nacer. ¿A que
tienes miedo? ¿A morir? Cada segundo de tu vida estás expuesta a la
muerte, en cada decisión y en cada paso”
Quizá tenga razón, y algo en mí sabe que la tiene, pero no quiere aceptarlo (la verdad que ahora mismo no me va bien morirme). ¿Y si la cosa se complica en el proceso? ¿Y si me gana la batalla? No tengo miedo al dolor, ni a la caída de pelo, ni a la dura recuperación que me espera…Tengo miedo a la soledad, a estar aislada durante semanas en una cámara con oxigeno sin abrazar a mi familia.
Tengo miedo de tener que verlos sufrir a través de un cristal acorazado, pero sobre todo, miedo a no ver a mis hijos es los largos meses que me esperan después del proceso. Miedo de fallarles y que crezcan sin madre. Lo sé, soy muy dura conmigo misma, pero mi instinto de madre hace que me posicione así.
¿Y si no lo hago Marilyn?
“No sabrás si ganaste o perdiste. Lo que si sabemos, es que esta
enfermedad te está matando, a mayor o menor velocidad, pero no va a
parar. En algún momento no vas a poder mas y quizá ya sea tarde
para lamentarse y no se pueda hacer más por ti. Ahí, en ese momento límite, no tendrás donde esconderte ni a donde ir. Recordarás la oportunidad que tuviste en su día y no aprovechaste”
Gracias Marilyn por tu consejo/amenaza. Después de haber tenido esta conversación contigo creo que necesito un psiquiatra…
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